Almas Desencantadas

La gente vive atemorizada con la víspera de la rutina, de lo monótono, a los dos años ya no se soportan y a los tres hace uno que han dejado de acariciarse.

Continúan en la inercia, en el temor de quedarse solos, en el canelo de porque toca, o porque hace tic tac el reloj biológico.

No conversan, solo pagan facturas y tapan rendijas a plazos con un coche nuevo, con una televisión de plasma o con horas y horas de aislamiento en Internet.

Al poco tiempo culpan a cualquier cosa de su amba desidia y miran con ojos hambrientos de novedad a cualquiera que no sea su mujer o su marido.

No existe el amor eterno dicen.

Todo sufre una transformación, eso es evidente, sería una idealista al negarlo, pero el problema no es la eternidad, ni las medias naranjas, el problema es que en su mayoría la gente no sabe lo que quiere, pero se embarcan a la primera de cambio, se enredan sin darse cuenta, se ciegan, se compran pisos apresurados o pasan demasiados años de noviazgo sin convivir bajo un techo, pasa el tiempo y cuando se dan cuenta de que eso no era lo que querían, ya tienen hijos y eso sirve de excusa para continuar con la inercia.

Que triste suena... ¿no?...tal vez por eso la gente no se sincera.

Yo creo que es tan simple como saber que forma de enfadarse estas dispuesto a soportar el resto de tu vida, quien quieres que rodee tu cintura por las noches, que hombro quieres para tu cabeza, que amigo para el camino, que compañía perpetua para la soledad, que cara o que cruz escoger de la moneda.

Tan simple como saber lo que uno quiere, para saber que pese a cualquier cosa no cambiarias lo que tienes, ni si quiera por algo aparentemente mas bueno.

A ti, mi niño, porque ya no tengo miedo.