miércoles, diciembre 03, 2008

Sobre los recuerdos

Los recuerdos son como arañas que se agazapan en el fondo de los cajones, en los rincones de los trasteros. O se esconden al amparo de las sombras, en los pasillos. Y nos miran inmóviles desde la oscuridad, atentas a su presa, esperando el más nímio error, un paso en falso, para abalanzarse y alimentarse de tu alma. Y lo hacen de noche, cuando casi todos duermen, meciéndose al compás del tic-tac de un reloj de pared. Tejen sus redes entre las estilográficas que nunca funcionan. En los calendarios pasados de moda. En los retratos en sepia que siempre miran a los ojos. En los libros que huelen a rancio y al abrirlos provocan estornudos. En las canciones de tu niñez. En tus comics. Insistentes e incansables, van vistiendo todo lo que está a su alcance, al tuyo, con una invisible tela de araña. Con un inconfundible olor a nada, con un terrible sabor a nunca; y con el sonido de unos hielos en un vaso vacío.

Quizás sea por eso que, en las noches de insomnio, cuando nos da por buscar en los cajones, abrir libros, o poner música; los dedos se pegan a la nada, la lengua se revuelve en el nunca, y los oidos se aferran al silencio. Y quedamos atrapados, pegajosos, tocados, hundidos; moribundos. Porque no es la soledad la que te ahoga en la melancolía. Son las telas de araña que tejen los recuerdos las que, cuando menos lo esperas, te atrapan, te envenenan, te amortajan y te devoran.

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