
Hay días que, por mucho que saltes, no te sacudes las penas. Y por mucho que vacíes los bolsillos, se siguen llenando de palabras tristes y de esperanzas perdidas; creo que tengo un imán cosido en el dobladillo del pantalón y se me clavan al vuelo, como mariposas de latón.
Y de repente te das cuenta de que el cielo se nubla y la brisa que precede a la tormenta va cargada de nostalgia, de puños cerrados; de litros de amargura; vamos a necesitar un paraguas para que no se nos moje el corazón, y el alma nos pida una muda.
Y me doy cuenta de que hace muchos años que yo tuve 26 y que, desde entonces, he perdido mucho más que el tiempo. En alguna esquina olvidé el lado cuerdo de mi locura, el de la libertad salida de la ducha, la dignidad recien hecha y el respeto a mí misma. Y entonces te invade esa sensación de quedarte como un poco más tonta; y crece el vacío. Y se hunden los pies en un mar sin fondo. Porque no se le pone cara de tonto a quien no sabe nada, sino a quien acaba de ver todas las cosas que perdió y nunca más volverá a tener.
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